martes, 4 de noviembre de 2008

.*.Sobre Las Ciudades Invisibles.*.

LAS CIUDADES Y LOS MUERTOS. 2

Uno de mis cuentos favoritos a continuación....

Jamás en mas viajes había avanzado hasta Adelma. Oscurecía cuando
desembarqué. En el muelle el marinero que atrapó al vuelo la amarra y la ató a la bita
se parecía a uno que había sido soldado conmigo, y había muerto. Era la hora de la
venta del pescado al por mayor. Un viejo cargaba una cesta de erizos en una
carretilla; creí reconocerlo; cuando me volví había desaparecido en una calleja, pero
comprendí que se parecía a un pescador que, viejo ya siendo yo niño, no podía seguir
estando entre los vivos. Me turbó la vista de un enfermo de fiebres acurrucado en el
suelo con una manta sobre la cabeza: mi padre pocos días antes de morir tenia los
ojos amarillos y la barba hirsuta como él, exactamente. Aparté la mirada; no me
atrevía a mirar a nadie más a la cara.
Pensé: —Si Adelma es una ciudad que veo en sueños, donde no se encuentran
más que muertos, el sueño me da miedo. Si Adelma es una ciudad verdadera,
habitada por vivos, bastaría seguir mirándola fijo para que las semejanzas se
disuelvan y aparezcan caras extrañas, portadoras de angustia. En un caso o en el
otro, es mejor que no insista en mirarlos—.
Una verdulera pesaba unas berzas en la romana y las ponía en una canasta
colgada de una cuerdecita que una muchacha bajaba desde un balcón. La muchacha
era igual a una de mi pueblo que se volvió loca de amor y se mató. La verdulera alzó
la cara: era mi abuela.
Pensé: —Uno llega a un momento de la vida en que de la gente que ha
conocido son mas los muertos que los vivos. Y la mente se niega a aceptar otras
fisonomías, otras expresiones: en todas las caras nuevas que encuentra, imprime los
viejos calcos, para cada una encuentra la máscara que más se adapta.
Los descargadores subían las escaleras en fila, encorvados bajo garrafones y
barriles; las caras estaban ocultas por costales usados como capuchas. “Ahora se las
levantan y los reconozco”, pensaba con impaciencia y con miedo. Pero no despegaba
los ojos de ellos; a poco que recorriera con la mirada la multitud que atestaba
aquellas callejuelas, me veía asaltado por caras inesperadas que reaparecían desde
lejos, que me miraban como para hacerse reconocer, como para reconocerme, como si
me hubieran reconocido. Quizá yo también me pareciera para cada uno de ellos a
alguien que había muerto. Apenas había llegado a Adelma y ya era uno de ellos, me
había pasado de su lado, confuso en aquel fluctuar de ojos, de arrugas, de muecas.
Pensé: —”Tal vez Adelma es la ciudad a la que se llega al morir y donde cada
uno encuentra las personas que ha conocido. Es señal de que estoy muerto también
yo”. Pensé además: —Es señal de que el más allá no es feliz—.

lunes, 3 de noviembre de 2008

domingo, 2 de noviembre de 2008